Hace un tiempo, un amigo y yo llegamos a la casa de otra pareja de amigos que viven juntos. En el refri había una pizarrita que decía “El hombre de la semana”. El departamento estaba más o menos desordenado y sucio, así que el amigo con el que venía de visita se puso a limpiar y ordenar. Su gesto me pareció valorable así que anoté su nombre en la pizarra, bajo la consigna.
Llegó uno de los dueños de casa, vio el nombre escrito y se rio: “No creo que él sea El Hombre de la Semana”. Contraargumenté con las razones que me habían impulsado a escribir. Llegó el roomate y los dos comenzaron a reírse en secreto. Así fue como descubrimos que “El hombre de la semana” era quien se agarraba más minas. Era viernes, así que uno de los roomates tenía que hacer un trío esa noche para lograr el título. Llevaban la cuenta.
Me dio rabia, pena, quise irme a mi casa; llamar a mis amigas para reafirmar juntas que no hay espacio libre de machismo; que los hombres son seres lamentables.
Considero que vivo en un entorno super deconstruido, liberal, progre. Entre quienes me rodean, el feminismo está de moda: se habla en lenguaje inclusivo, se reconoce el machismo en los medios, se aprueba el postnatal masculino, la crianza compartida y la remuneración del trabajo doméstico.
Pero pasó esto y me siento en 1990.
Mis amigos se defendieron: “Es broma, nadie se lo toma en serio”. “No vayas a escribir sobre esto en Copadas, es privado”. Pues yo creo que lo privado es político, y honestamente me sentí agredida por esa pizarrita. ¡Hasta mi amigo que también estaba de visita se sintió mal!
Generé un momento muy tenso, tratando de hacerles entender por qué nombrar a “El hombre de la semana” era de un machismo generoso. Tuvimos que esforzarnos por recuperar la buena onda. Después de esto, seguramente borrarán la pizarra cuando yo vaya.
Los hombres son seres lamentables.
Me quedé pensando: sobre cuán incrustado está el machismo en cada espacio y cada persona, sobre cuán cercanos considero a esos amigos después del incidente. ¿Vale la pena levantar la voz en momentos así, y cuán fuerte? Me enojé tanto que mis amigos terminaron enojándose conmigo de vuelta, porque me metí en lo íntimo de su convivencia. Nunca entendieron el trasfondo de mi enojo, y ese es el problema mayor: si no lo entendieron, bien podrían seguir rematando la semana con su título de mierda.
¿En cuántos recuentos semanales hemos aparecido, todas nosotras? Me imagino que a los 20, quizás en varios. Pero mis amigos y yo tenemos 35, ¿no deberíamos haber aprendido de género, objetualización y respeto?
Este incidente me confirma varias afirmaciones feministas que circulan por ahí, y que más que nunca hago mías: no hay espacio libre de machismo, ni privado ni público. No hay hombre feminista, o por lo menos yo todavía no lo conozco. Y que lo privado es político, en espacios e incidentes como este también se la juegan las transformaciones profundas.
No hay espacio libre de machismo, ni privado ni público.
Quisiera terminar este artículo con una reflexión, pero todo me parece vano y repetido, porque este asunto de “El Hombre de la Semana” es demasiado burdo. Más que reflexión, ojalá invitar a otras mujeres a enojarse igual que yo. A generar toda la tensión necesaria, a decepcionarse profundamente. Y a alzar la voz, para que no haya más “Hombres de la Semana”.
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