Con la revuelta popular de octubre, mi vida cambió; lo que me parecía importante unos días antes, se volvió insignificante. Estaba viviendo un momento histórico y lo sabía, por lo que sentí mucha alegría, esperanza de que por fin nos encontrábamos, que ya no estábamos solas, que éramos miles quienes queríamos cambios, quienes exigíamos una vida más digna, más humana.
Sin embargo, esa alegría se fue opacando: la respuesta estatal fue la de reprimir las manifestaciones pacíficas, la de atacar y amedrentar a una ciudadanía desarmada que se manifestaba pacíficamente. Atacar a la población, para amedrentarla para evitar que se manifestara. No importaba el costo, no importaba la vida con tal de mantener el modelo y el orden público.
Éramos miles quienes queríamos cambios, quienes exigíamos una vida más digna, más humana.
Cada día de vuelta de las manifestaciones, me enteraba que aumentaban de manera brutal y desgarradora las personas con lesiones oculares. Claramente no era casualidad, había una estrategia: de disparar al rostro, de lesionar de por vida a las personas, de utilizarlas como mártires, de asustar a la población y decirles “esto te puede pasar”. Podríamos haber sido cualquiera; hoy sabemos que fueron más de 460 personas.
Por lo anterior sentí la necesidad de apoyar a quienes cayeron, porque nos unimos todas/os y no podíamos dejar solas/os a quienes fueron atacadas/os.
Al entender que la vida de miles cambiaría de por vida, que tendrían consecuencias de por vida, había que organizarse rápido y de manera eficiente. Teníamos que brindarles una mano, y decirles no fue tu culpa, no estás ni estarás sola/o. Por eso mi vida también cambió: tenía el rol de acompañar a las personas agredidas con resultado de trauma ocular y sus familias.
Desde la revuelta popular decidí ser defensora de los derechos humanos, crear una fundación que acompañé a todas las personas agredidas con resultado de trauma ocular post 18 de octubre del 2019 y a su entorno familiar, facilitando su rehabilitación psicosocial, económica y física a través de contención psicológica, ayuda económica, tratamiento médico, apoyo laboral, orientación jurídica, durante todo el proceso rehabilitador.
También generamos una comunidad de socorro mutuo, para la reinserción laboral y social de las personas agredidas con resultado de trauma ocular, a través de la participación de las personas en su propio proceso de rehabilitación y el de su comunidad.
A dos años de la conmemoración de la revuelta popular, mi compromiso sigue siendo el mismo: acompañarlos en su proceso hasta que exista reconocimiento, verdad, justicia, reparación integral, garantías de cese y no repetición para la protección de los derechos humanos.
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Si sufriste agresión estatal con resultado de trauma ocular y quieres ser parte de la comunidad de la Fundación Los Ojos de Chile, contáctalos a través de esta ficha y se comunicarán contigo.
Foto principal: Matías Garrido Hollstein – Flickr
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