Querida Ceci:
Miles de veces te debo haber escrito una carta porque muchas más veces me dijeron que nos parecíamos tanto, que nosotras compartimos sueños, ideas y nuestra manera de ver el mundo. Dicen que somos curiosas, nos preguntamos todo, nos quedamos frecuentemente con pocas respuestas, nos importa el mundo y nos quedan chicos los espacios cuando se encoge la diversidad. Seguro que te reirías al leer esto y dirías que te suena conocido.
Siempre te quise contar tantas cosas y con los años las historias se iban sumando y ahora no hay carta ni papel suficiente para contarlas todas. Te quería contar de los años que viví en Estados Unidos, de los inviernos en Bethesda igual de largos que los inviernos que pasaste tú ahí, de la nieve que no paraba nunca, del señor de los helados que llegaba tocando la misma campanita desafinada que tocaba seguramente cuando llegaba a tu casa, de las misas en St. Bartholomew’s que quizás eran tan eternas como cuando tú también ibas a esa misa.
Te quería contar de mis años en Catholic University y de mis profes y clases, porque pensé que tal vez nos habíamos repetido una clase o de seguro una sala. No sólo estás en mi memoria; eres mi tía y te quiero tanto. Continuamente reconozco la influencia de tu historia en mis convicciones, en mis decisiones de vida, en la forma en que construyo vínculos y relaciones.
Con los años he aprendido a darte a conocer como lo mereces. Antes con rabia, con frases cargadas del resentimiento que se anidó en mí al ver a las personas que amo y te aman, llorar miles de veces. Verles luchar a su manera pero incansablemente, construyendo vidas incompletas, algunas más felices que otras, pero siempre sobreviviendo continuamente el dolor de la pérdida incierta. Cada quien inventando sus ritos de despedida a lo largo de los años.
Estoy segura de que sabes que has tenido miles de funerales individuales, íntimos y significativos. Pero mientras yo me quedé con las ganas de esas conversaciones entre tía y sobrina, mi madre se encargó implacablemente de alimentar tu memoria. Ella nunca ha dejado de hablar de ti, no le faltan salas, personas, momentos, libros ni historias para recordarte. Lo único que le falta es la verdad para terminar el cuento.
A ella no se le olvida ningún detalle: desde el amor compartido entre ustedes por los libros hasta los veranos en San Sebastián, los días calurosos de las vacaciones y las olas bravas del mar que casi les pasa una mala jugada.
Buscar justicia por tu desaparición y la de Willy y exigir la verdad sin ninguna excepción ha sido la pelea más grande de mi madre. Ella simplemente te admiraba y me lo ha dicho cientos de veces. Tú fuiste su compás que hasta el día de hoy aún la guía. Mi madre se encargó de que tu memoria y tu espíritu de mujer fuerte con convicciones plenas fueran mucho más que un lindo recuerdo y sean parte de un presente que no olvida, que es porfiado como solo nosotras sabemos serlo.
Cuando era pequeña, tenía un sueño recurrente: estaba en mi casa, sonaba el teléfono y eras tú. Llamabas para volver a entrar en contacto con la familia, después de haber estado escondida por la muerte durante años. Yo no podía creer la suerte que tenía de ser la primera en hablar contigo. Te imaginaba al otro lado de la línea, joven, sonriente y con un pañuelo playero en la cabeza como tu foto que más me gusta.
La alegría era infinita, pensaba en la emoción de mi madre al contarle la noticia, en el asado que haríamos para recibirte, en las historias increíbles que tendrías para contar. Y la frustración al despertarme y entender que el sueño era imposible, era igual de enorme. Lo que sí recuerdo es que has estado en mi vida desde siempre, en mi ADN, en mi memoria genética.
Me confundo al contarle a la gente cuántos tíos y tías tengo. Tengo cinco y lo sé en mi corazón, pero no quiero compartir tu historia con todo el mundo, por eso a veces digo cuatro. Me avergüenzo un poco en esos momentos de traición breve en que tengo que decidir el número. Después me tranquilizo pensando que tendré la oportunidad más adelante de darte a conocer como lo mereces.
Hoy, darte a conocer como mereces es menos resentido. Es transmitir mi admiración por tu valentía. Es reconocer la influencia de tu idealismo en mí y en miles de otras personas, de tu convicción de lucha y del amor que ponías en tu forma de cuidar del mundo y de las personas que te rodeaban.
Mi mamá habla de ti con tanto amor que me pica el cuerpo por abrazarte, ver tu cara dulce y sonriente y sostener esas conversas largas y sin tiempo que tengo la suerte de tener con alguien más. Trato de hablar de ti con el mismo amor que ella me ha transmitido indefectiblemente y me habita en lo profundo. Eso es para mí darte a conocer como lo mereces. Hay quienes lo entienden y se conmueven, hay quienes se incomodan y se alejan de esa parte de mi vida. Quienes me acompañan en el amor y el dolor son mis favoritos y las personas que adoro. Gracias a ti he aprendido a reconocer a quien vale la pena tener cerca.
En mi sueño llegabas como una heroína mágica, como un personaje de película de esos que la audiencia adora y recuerda. Sé que hoy serías ese personaje. Sé que habrías construido una vida de reflexión crítica, de trabajo incansable por un mundo más justo, de cariño y cuidado infatigables. Siento que he recibido de mis tíos y tías tanto de ese cariño y cuidado que me conmueve pensar que estás actuando a través de ellos desde algún lugar inesperado. Sé que los inspiras ahora, los inspiraste en tu vida y en tu muerte.
Gracias por cuidarme todos estos años, también a través de mi mamá que aprendió de ti la maternidad que alcanzaste a practicar con ella como hermana mayor. Gracias por el legado de lucha y búsqueda de un país justo para quienes siguen esperando una vida más feliz, sana y tranquila. Te aseguro que cada vez que puedo, sigo tratando de darte a conocer como lo mereces.
Catalina Reyes y Magdalena López,
sobrinas de María Cecilia Magnet Ferrero.
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María Cecilia Magnet es recordada como una mujer inteligente, sensible, un poco autoritaria, con varios talentos y ambiciones. Era socióloga y militante del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU). Su marido, médico de 32 años radicado en Chile, militaba en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Juntos huyeron de la represión de la dictadura militar, debido a que en Chile se sentían en peligro.
El escape no fue efectivo: en la madrugada del 16 de julio de 1976, su departamento de la Calle Córdoba 3300 en Buenos Aires fue allanado y saqueado por miembros del ejército argentino y el matrimonio fue detenido. El anillo de matrimonio de María Cecilia fue encontrado debajo de la cama.
Catalina y Magdalena, hijas de Odette y Mariana Magnet respectivamente, le escribieron esta carta a María Cecilia Magnet para el proyecto “Epistolaria de la Memoria, mujeres escriben a mujeres”, una iniciativa del Museo de la Memoria con la Red de Actrices Chilenas. Puedes ver la presentación del epistolario a en la transmisión de Facebook.
Queridas Catita y Maida, las dos hijas en mi corazón de distinta manera y tan amadas:
Muchas veces he reconocido a la María Cecilia en ustedes, más de las que Uds. imaginan… y más pienso en lo que nosotros, sus hermanos, le transmitimos de ellas.
Con el tiempo los recuerdos y las imágenes inevitablemente se van solidificando en una figura que no tuvimos la oportunidad de ver como iba cambiando. No tuvimos la posibilidad de ver a la Ceci experimentar la belleza de la maternidad que habría querido, de seguir habitando la relación de profundo amor y admiración mutuas que creo que tenían con Willy, de que me aconsejara en tantas cosas en que habría querido que me guiara como hermana mayor, de verla como una feminista iracunda. No pude presentarte a tí, Maida, ni tampoco a Vicente y ustedes no pudieron jugar con los primos que habrían tenido, con la risa de ella y el enorme encanto y simpatía de Willy. No pude verla tener sus primeras arruguitas antes que yo ni compartir los veranos ni los inviernos que habrían venido.
No pude seguir siendo testigo de su sed y anhelo sin fin de un país justo, amable, solidario, con igualdad, con derechos de salud, educación, propiedad para todos y no para los pocos que lo tienen. Tantas cosas que eran parte de su enconado propósito que la guiaba y su postura ante la vida.
Mi admiración, mi amor por ella no termina nunca, tampoco mi dolor, mi pena, mi añoranza que sé que ya no acabarán tampoco, hasta el día en que cierre los ojos. El día en que sueño que podré reencontrarla y podremos abrazarnos y reconocernos y reir juntas.
Yo sé que la carga del dolor que le hemos transmitido a nuestros hijos no ha sido fácil de sobrellevar para ustedes, esta memoria traspasa a las generaciones y es un lastre que que no daríamos por no tener, como si acaso no quisiéramos ” dar vuelta la página “, como dicen algunos. Pero es también la lealtad y el compromiso con ella de que no puede haber pérdón ni olvido mientras no haya justicia, de que su ausencia está siempre presente y que debemos luchar y soñar por los cambios que ella luchó.
Las quiero mucho, siempre.