Cuando pequeña la palabra “dispersa” como adjetivo, para mí, fue una constante. La palabra “diáspora” significa dispersión y entonces, en ese sentido, sí era -y soy- una niña dispersa.
La interpretación es una necesidad y en esa búsqueda de satisfacerla, vamos limitando la posibilidad de la misma, porque la inmediatez calma la ansiedad; es cómoda.
Soy una persona negra, mujer, migrante con un cúmulo de experiencias llamada historia que tenían un ingrediente en común: una sensación de no pertenecer. Esa sensación llegó a ser parte de mí, o eso creía, pues me era natural ese no pertenecer, total, una niña dispersa ya era.
Ese no pertenecer acá tomó forma de xenofobia, que en realidad es racismo cuando además de migrante eres negra.
Encontrarme con el racismo al migrar
No fue sino hasta mis 26 años cuando migré -aunque creo que en realidad fui desplazada, pero esa historia es para otra ocasión-, que al verme “arrancada” de lo único constante en mi vida: el territorio. Me di cuenta de que necesitaba (re)encontrar un lugar físico a dónde pertenecer, sin que pasara tanto tiempo (como otros 26 años más).
Y perdida, literalmente, me fui lo más adentro que pude, pues ese no pertenecer acá tomó forma de xenofobia, que en realidad es racismo cuando además de migrante eres negra.
Llegué al punto de soltar mi corporalidad, esa que ya era exotizada y también hipersexualizada, y una hebra de mi cabellera hizo la diferencia. Retomé la tradición de mis ancestres y volví a trenzar, pero esta vez para poder sobrevivir económicamente. Eso creí en ese momento, pero en realidad, gracias a la trenza pude reconectarme conmigo y mi ancestralidad, más allá de los territorios.
Me di cuenta del motivo que hizo que la trenza sobreviviera a ese cruel caminar llamado tiempo y espacio. Logré una comunicación con todas las personas que antes de mí hicieron su camino, dispersas, pero en comunión con algo, un elemento, un símbolo.
En la Diáspora reside la fortaleza
Una noche tuve un sueño en el que mi abuelo paterno, del cual proviene mi afrodescendencia, me visitó y lo único que me dijo fue: “¿Por qué en esta casa no hay una guitarra?”. Al despertar, me di cuenta de que si bien ya vivía en un lugar propio y amplio, aún seguía confinada a habitar solo un cuarto, pues nuevamente, ese lugar “no era mío”.
Me sentía una planta puesta en un vaso con agua, flotando sin poder echar raíces. ¿Cuáles raíces? Si no tenía… O eso creía.
La guitarra llegó a mi hogar y, con ella, una dosis de energía que me hizo sentir “más en casa”. Poco a poco fueron llegando más elementos que contenían secretos, memorias y mensajes que solo yo podría desencriptar. Fue entonces cuando me vi en un espacio-tiempo distinto al que siempre había habitado y saboreé el ingrediente que lograba esta sensación: la Diáspora.
Y es ahí, en la dispersión y exclusión, que pude conectar con algo mayor a mí pero a su vez, que sólo habita dentro mío en la medida que habita en mi comunidad.
En este caminar en Chile como mujer negra migrante, me he encontrado con la necesidad de resignificar toda mi existencia, y fue la Diáspora la que logró darme la energía necesaria para reescribirme, para modificar mis narrativas.
La negritud no solo es sufrimiento, es fuerza.
La Diáspora para mí, entonces, es ese lugar donde me siento a mí misma y a mi comunidad, en donde puedo estar tomando agua del mismo lago “al mismo tiempo”, que alguna ancestra; verme a los ojos a través del ensueño de mi tatarabuela y abrirlos para abrazar a todo aquello que está disperso, pero que no por eso deja de ser unidad heterogénea, con ritmo propio y renovación constante.
Hoy día, la necesidad de sentir que pertenezco a un territorio desapareció, puesto que en la Diáspora me vi satisfecha, sabiendo que no existieron jamás las fronteras y que una casa no es un hogar si no tiene dentro de sus límites una hoguera. Me habito a mí y con ello honro y preservo a todo aquello que me preserva.
Por ello es que este 31 de agosto celebro, porque la negritud no solo es sufrimiento, es fuerza. No solo es esclavización, es energía vital intensa. No será sinónimo de subalternidad, porque es grandeza. No morirá, porque continuamente se renueva.
Un abrazo de “manitud”, a toda la comunidad negra del planeta, que aunque dicen que está dispersa, es ahí donde reside su fortaleza.
Créditos imagen principal: Manzel Bowman
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