Cuando me enteré de que estaba embarazada, me cuestioné si quería ser madre. Creo que ha sido la decisión más difícil de mi vida: continuar con el embarazo. Desde ese momento me prometí a mí misma que iba a informarme acerca de todo lo que significa tener un bebé. Leía todo sobre el embarazo y el parto. Entonces leí esto: “Hay expertos que afirman que el nacimiento es el primer trauma que experimentamos los seres humanos”, y dije: si ya va a ser traumático para este bebé llegar al mundo, quiero que sea de la manera más amorosa y humana posible.
Yo quería tener el parto más hippie de la historia, onda, amarrada de los brazos a dos árboles, una manta abajo de mí y que mi bebé saliera por gravedad. Algo dentro de mí me decía que el conocimiento de todas mis ancestras me iba a acompañar en ese momento y tanto yo como la bebé sabríamos qué hacer.

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Como sabía que esto iba a ser imposible, investigué dónde había parteras; estaba segura que la cesárea era mi última opción. México es uno de los países donde se practican más cesáreas innecesarias y el traer niños al mundo se ha convertido en un negocio, pero ese es otro tema.
Encontré una clínica de maternidad en una ciudad relativamente pequeña, donde llevan a cabo algo que se conoce como parto humanizado, así como otras prácticas como:
- Corte tardío del cordón umbilical.
- Curso psicoprofiláctico.
- Curso de lactancia.
- Acompañamiento conjunto.
- El papá del bebé acompaña a la madre durante todo el proceso.
Podía hacer lo que quisiera
Fue lo mejor que pude haber hecho. Llegué ahí con siete meses y medio de embarazo, me atendieron de maravilla, hasta que llegó el día más esperado. Siete de la mañana, me despertaron las contracciones; llegamos a la clínica a las 9 am y me mandaron a caminar y a hacer ejercicios que me habían enseñado anteriormente. Regreso a las 12 del día con contracciones más fuertes y con ocho centímetros de dilatación.
Me ingresaron y me dijeron que puedo hacer lo que yo quiera: acostarme, sentarme, estar parada o en cuclillas. No hay medicamento para el dolor, te conectas con lo que siente tu cuerpo y respiras, sólo respiras.

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Estaba tranquilamente sentada en una pelota de esas gigantes de pilates cuando se me rompió la fuente y lo primero que hicieron fue preguntarme si me quería acostar o si prefería seguir sentada, parada o en cuclillas; lo que yo decidiera, ellas iban a respetar eso. Me comentaron que la beba sabe lo que tiene que hacer y que lo que tenemos que hacer es confiar en ella. Prácticamente ella iba a guiar su nacimiento y nosotros estábamos ahí para acompañarla, ella es la protagonista de todo este show.
Puras mujeres, siete en total, el único hombre ahí era el papá de mi beba, el cual tenía la única indicación de darme la mano y, en caso de sentirse mal, debía pegarse a una pared y aguantarse; la prioridad somos nosotras. Estaba sentada en la cama y de repente, mi cuerpo me pidió que me pusiera en cuclillas arriba de la cama.
El momento más mágico de mi vida
Empecé a sentir que la beba estaba lista, pujé dos veces y la partera me dijo: “Quiere usted sacar a su hija?”. “¿Cómo?”, respondí. Y ella: “Sí. Sienta su cabecita, puje y jálela hacia su pecho”. Recién ahí me acosté, puse mis manos entre mis piernas, sentí el pelito de mi beba, pujé, me la saqué yo misma y la puse en mi pecho.

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Sin temor a equivocarme, ha sido el momento más mágico de mi existencia, aún al recordar y escribirlo, se me llenan los ojos de lágrimas.
Ahí estaba la beba, pegada cuerpo a cuerpo conmigo. Era la bebé más perfecta y hermosa. Tuve que pujar una vez más para que saliera la placenta, me la mostraron y vi que tenía la forma perfecta de un árbol, el árbol de la vida.
Hasta que dejó de pasar sangre por el cordón umbilical, es cuando lo cortaron (esto lo hace el papá si así lo desea). Se la llevaron a pesar y medir y volvió a estar conmigo, nunca más nos separaron. Hicimos acompañamiento conjunto esa noche. Este aspecto es importante, es una crueldad separar al bebé y llevarlo a los cuneros.

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Empezó su primer hora de vida pegada a mí. Mi cuerpo sabía perfecto qué hacer y
empezó a salir la leche. Logramos cuatro años y 11 meses de lactancia, pero esa es otra historia.
Jamás me atrevería a juzgar las decisiones de otras madres, pero estoy convencida de que la naturaleza es más sabia que nosotras y que, efectivamente, tenemos el conocimiento ancestral de cómo traer bebés al mundo. Además, de que nacer por parto natural trae como consecuencia múltiples beneficios para la mamá y el bebé, y eso, no lo digo yo, lo dice la ciencia.
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