Estamos en una era en la que el mundo digital ha generado un cambio sustancial en nuestras vidas. En este contexto es que las redes sociales, que surgieron como una herramienta para relacionarse con otras personas, también se han convertido en un espacio de aprendizaje y mercado.
En 1997 se creó Seis Grados, la primera red social que permitía localizar amigues a través de mensajes. Años después surgió Facebook, Instagram y Tik Tok para mostrar las vidas de las personas, y a su vez parte de una realidad.
Varias de estas aplicaciones permiten usar “filtros” al momento de capturar una foto o grabar un video, cambiando el aspecto físico de una persona. Principalmente se modifica el rostro, adelgazando la nariz, aumentando el tamaño de los labios, entre otros retoques. Al hacerlo, se niega la realidad y, en consecuencia, se agudizan inseguridades desencadenadas por una “fisionomía digital”.
¿Cuál es el verdadero efecto los filtros?
La mayoría de las fotos que vemos en las redes sociales tienen algún retoque digital de tipo estético. Los filtros virtuales distorsionan la realidad configurando un nuevo estándar de belleza. Un ideal inalcanzable que se aleja de la naturalidad y se acerca a los estereotipos que sí están naturalizados.
La búsqueda de perfección en las redes sociales afecta directamente la percepción de la persona en sí misma: su seguridad y autoestima.
La investigación Programa para la Autoestima de Dove reveló que cerca del 80% de las niñas menores de 13 años, ha ocupado algún filtro que cambie su apariencia física en una foto para ser subida a una red social. Asimismo, el 23% de las chicas encuestadas entre los 13 y los 17 años manifestó no sentirse bien consigo misma y que por eso ocupa filtros.
Lo anterior da cuenta de que los filtros y las redes sociales afectan directamente en la configuración de la identidad de niños, niñas y jóvenes. Estos interfieren en la aceptación propia y la que se genera en un mundo virtual.
¿Qué es lo real y qué es lo ficticio en redes sociales?
Según un estudio realizado por la consultora Criteria, llamado “Epidemia, Apps y Cambios de hábito”, de abril del 2020, hubo un aumento significativo en el uso de las aplicaciones durante el periodo de emergencia sanitaria. Entre las principales conclusiones, el estudio estableció que en Chile se aumentó de 18 a 22 horas el promedio semanal de uso de las redes sociales.
Este nivel de consumo de redes sociales invita a preguntarnos sobre la sanidad y efectos del contenido que revisamos diariamente.
En este sentido, la marca de productos de higiene lanzó una campaña en España llamada Que hay detrás del selfie que busca concientizar sobre las llamadas selfies y su trasfondo.
Asimismo, el documental de Netflix El dilema de las redes sociales plasma los trastornos producidos por las aplicaciones sociales. Uno de ellos es la “Dismorfia de Snapchat”, la cual se caracteriza por una distorsión entre la imagen real y la que se produce al momento de utilizar un filtro.
Las personas forman un deseo de querer asimilarse a esa imagen que otorga la red social, obviando su aspecto real y natural. Inclusive, algunas personas pueden llegar a tomar la decisión de realizarse una transformación quirúrgica. De tal modo, dichas consecuencias de alteración entre lo real y lo ficticio pueden tornarse irreversibles en los casos más extremos.
¿Pasa lo mismo con el maquillaje?
El retail, las redes sociales y la publicidad han calificado las marcas de la piel como “imperfecciones” y con ello haciendo entender que la belleza es sin las líneas de expresión, acné, granitos, o las ojeras propias de cada rostro y cuerpo. El maquillaje según el estudio Cosmésticos faciales y atracción, es una forma de decoración corporal, el uso de pigmentos modifica la apariencia de una persona y logra así borrar dichas“imperfecciones” ¿Pero no es similar a lo que producen los filtros?
Existe una disociación entre el maquillaje y los filtros de las redes sociales. La diferencia entre estos decanta en que el uso de cosméticos es real, mientras que los filtros son una simulación. Los filtros virtuales detectan los rasgos faciales y lo distorsionan a tal punto de crear una nueva versión de sí mismo/a, formando un yo digital; generando un impacto negativo con el cual no se puede competir.
De cierto modo, el uso de cosméticos permite resaltar ciertos rasgos del rostro, iluminando y acentuando características propias de la persona, pero en base a lo natural de quien lo ocupa; en algunos casos para poder sentirse y verse mejor.

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Lo anterior, muy alejado de la frivolidad que puede llegar a ocasionar las aplicaciones de edición, ocasionando inseguridad, generando un riesgo emocional, sobre la autoestima y de éste modo en la personalidad.
Así lo explicó el estudio de Claire Kathryn Pescott llamado “Ojalá estuviera usando un filtro ahora mismo”, el cual planteó que el uso de filtros de realidad virtual va más allá de la modificación momentánea de la realidad. El maquillaje, en parte, puede diferenciar entre lo real y lo modificado; los filtros hacen que esa delgada línea no sea tan clara.
En debate: ¿Se debe dejar de usar filtros en las redes sociales?
Es importante saber que lo que se muestra en las redes sociales es sólo una parte de la realidad de las personas. Las aplicaciones permiten compartir vivencias y situaciones personales, sin embargo, la clave está en poder diferenciar entre el uso de filtros y la realidad de nuestro cuerpo y rostro.
Esta diferenciación entre el cambio que producen los filtros y la realidad debe hacerse con el objetivo de romper los estándares de belleza. Y con este quiebre, lograr avanzar a una aceptación personal y una relación positiva con nuestro físico.
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