Corría septiembre del 2020 y Aracelly Brito Muñoz estaba embarazada de nueve meses. Sin embargo, sentía que algo extraño ocurría con su bebé, ya que no se movía tanto como antes, según relata para Radio Biobío. En el médico comprobó que tenía latidos, pero parecía estar dormida, seguía muy quieta. Esa noche fue al baño y se dio cuenta de que sangraba, por lo que fue a la clínica esperando el nacimiento de su hija, Dominga; pero la bebé había fallecido.
Es por esto que ella junto a su familia levantaron un proyecto para que la muerte de la niña no fuera en vano: la Ley Dominga, que fue ingresado el pasado 13 de abril y está en primer trámite constitucional. Ésta pretende visibilizar el duelo perinatal y acompañar a quienes lidian con él. A grandes rasgos, éste es el duelo desatado por la muerte del bebé, ya sea en su gestación o en los primeros días postparto.
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Uno de los principales objetivos del proyecto es que las instituciones de salud cuenten con un protocolo universal ante la muerte perinatal (fallecimiento desde que el test sale positivo hasta los siete días postparto), con un acompañamiento psicológico y una sala aislada para las mujeres que se encuentran en duelo perinatal.
Según la psicóloga clínica perinatal Pamela Labatut, quien forma parte del equipo redactor de la Ley Dominga, el duelo provocado por la muerte perinatal no solo afecta a la madre del hijo en cuestión, sino a cualquier persona que tenga una relación con el bebé difunto. De todas maneras, este reportaje hablará de las madres; tres madres que cuentan sus experiencias ante la muerte dentro y fuera del vientre, anécdotas enmarcadas por negligencias, maltrato psicológico y violencia obstétrica en general. Todo esto en un ambiente desprovisto de empatía, donde el sistema de salud público y privado no parecen ser determinantes.
“Ella es la que tiene la guagua muerta”
Alrededor de las once de una noche de principios de 2016, Nicole Arredondo Acosta a sus 20 años fue al hospital porque en el baño se encontró con una gotita de sangre y dos de agua. Tenía casi siete meses de embarazo y en el centro médico le realizaron un ultrasonido: el bebé tenía latidos. De todas formas, la enviarían al Hospital San Juan de Dios, en Quinta Normal, para que le hicieran una ecografía, ya que ahí no contaban con la instrumentación adecuada: “Es solo por protocolo”, le dijeron.
Por mero protocolo. Esa frase la marcaría de por vida.

Foto de MART PRODUCTION en Pexels
Cuando llegó al hospital la ingresaron en una sala para realizar la ecografía: “No tenís nada”, fue la oración que escapó de los labios de la matrona que examinaba la pantalla. La joven, sin entenderlo, preguntó a qué se refería con esa palabra. “Nada, po, ¿creís que te estoy hueviando?”. En ese momento algo cambió; Nicole se encontraba en estado de shock.
Su bebé no tenía latidos, a pesar de que hace unos minutos lo había escuchado: “Se me vino el mundo abajo”, declaró. De ahí en adelante todo fue una pesadilla.
Recuerda que estaba con unas calzas, pero debido al estupor, no podía siquiera vestirse. Un médico que entró a la habitación le dijo, refiriéndose a la ropa: “Ah, pero pa’ sacártela…”.
“Solo por ahorrarse cinco minutos yo tuve a mi hijo parada y afirmada de unas cortinas. Por esos cinco minutos ella marcó mi vida completa”.
La trasladaron a la sala de maternidad, donde por cuatro días fue testigo de cómo, diariamente, tomaban los latidos a otros bebés. Pero no a Nicole, “ella es la que tiene a la guagua muerta”, como decían los enfermeros, frente a toda la sala. De muchas mujeres, era la única en la habitación que había perdido a su hijo. También le decían, a modo de consuelo: “Eres joven, puedes tener más hijos”.
Llegó una noche en que el dolor era insufrible y, cuando por fin se acercó una de las funcionarias, Nicole le dijo con completa seguridad que tendría al bebé. “No, no te estás desangrando”, fue la respuesta tras una rápida revisión con la linterna, luego la dejó sola en la oscuridad.
No pudo más y se puso en pie, hasta hoy no sabe de a dónde sacó el impulso para llegar hasta el mesón donde conversaban las asistentes de salud, el dolor era inmensurable. “¿Pero por qué se levantó?”, le preguntaron allí: “¡Porque lo voy a tener!”, exclamó.
La hicieron pasar a un cuarto lo suficientemente espacioso como para albergar una cama. Ahí fue cuando vio esos enormes ventanales que la perseguirían para siempre, con sus larguísimas cortinas que rozaban el suelo. Le dijeron que tendría a su bebé, que debía aguantarse hasta llegar a la sala de parto, pero no podía.
“Es que, ¿cómo te aguantas un parto?”, reflexiona ahora, seis años después.

Créditos: Presidencia de la República Mexicana
Todo sucedió, para ella, en un fragmento de segundo. El recuerdo vivo de aquellas persianas la envuelve, se sujetó de ellas con todas sus fuerzas y miró hacia arriba. Parió a su hijo de pie, afirmándose de esas características cortinas; bajo ella dos matronas sostenían una riñonera hospitalaria, bandeja de metal que en algún momento transportaba muestras y ahora recibía a su niño. Su placenta se estrelló contra el suelo y todo se tornó gris, el letargo era abrumador. Debió recostarse sobre la camilla, pero se incorporó rápidamente para exigir a su hijo. Necesitaba sostenerlo.
En algún momento la mujer que antes se negaba a hacerle caso le agarró la cara con dulzura: “Perdón por no haberte creído”. Tras repetidas insistencias le pasaron a su hijo fallecido en la fría bandeja, le dijeron que no lo tocara mucho, que estaba muy nerviosa. En ese instante Nicole solo estaba dándole besos, dice que no hay palabras para describir ese momento.
Expresa que el trato en general fue horrible, y que un montón de cosas pudieron ser distintas. Al referirse a la mujer que no quiso hacerle caso, dice: “Solo por ahorrarse cinco minutos yo tuve a mi hijo parada y afirmada de unas cortinas. Por esos cinco minutos ella marcó mi vida completa”.
“Tuve un aborto retenido por una negligencia médica”

Imagen de Kat J, Unsplash
Sofía Figueroa Geisel, de 31 años, tenía casi 12 semanas cuando le dijeron: “Esto es una pérdida”. Había tenido un aborto retenido desde las seis semanas. Por ese entonces comenzó con un sangrado leve, pero el doctor con el que se estaba atendiendo no accedió a revisarla, porque ya lo había hecho antes y según él todo estaba perfecto. “Si tienes un sangrado más abundante es peligroso”, le había asegurado.
Pero para ese entonces ya había perdido a su hijo.
“Cuando le conté la historia a otro ginecólogo, lo primero que me preguntó fue si me había atendido en un hospital”, comentó, . Pero no, llevaba tiempo tratándose en el sistema privado. El doctor le explicó que, si en todo ese tiempo no había botado el feto, no podría hacerlo ahora: “Te puedes morir”, sentenció.
El médico que le comentó que estaba en riesgo de muerte la regresó a la Clínica Bicentenario (de dónde venía), pero esta vez con un sobrecupo para que la internaran inmediatamente. La ingresaron con las embarazadas, escuchó gritos de parto y llantos de recién nacidos: “Yo sufría mientras ellas daban a luz”.
“Es incomprensible para los demás porque era muy pequeño, solo tenía seis semanas” – Sofía Figueroa.
Junto a su pareja quedaron con un trauma, y no solo por la crudeza de la situación, sino también por una familia carente de empatía. Sofía recuerda, entre otras cosas, que llamó a su madre cuando iba a entrar al legrado; ella le cortó el teléfono porque estaba en el cine. Además, se dio cuenta de que los funcionarios la maltrataban porque pensaban que se había provocado el aborto. Ni siquiera se dignaron a darle una manta cuando hacía frío.
Ella y su marido no se trataron psicológicamente el duelo perinatal y ahora, cuatro años después, es un tema que aún duele. Por mucho tiempo no pudieron visitar a sus amigos que tenían bebés, y la idea de un hijo propio sigue siendo aterradora.
“Como el resto le quitó tanta importancia, pensamos que no era necesario”, respondió Sofía, cuando se le preguntó por qué no fueron a terapia. “Es incomprensible para los demás porque era muy pequeño, solo tenía seis semanas. Es difícil entender que tuve un aborto retenido por una negligencia médica”, agregó.
“Se fueron cuando más los necesitaba”

Imagen de Aditya Romansa, Unsplash
En el 2018, a Ruth Rodríguez Lara le aseguraron que todo iba bien con su embarazo, pero tiempo después le dijeron que su hija era incompatible a la vida. Cargaba con cinco meses cuando detectaron que su bebé tenía holoprosencefalia alobar. Esto significa, en palabras simples, que su cerebro no alcanzó a dividirse.
Fuera de la habitación en la que le dieron la noticia la esperaba una psicóloga del programa de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) que, supuestamente, entrega un acompañamiento a mujeres que abortan bajo las tres causales. En este caso, Ruth podía acceder a este derecho. La profesional le dijo que debía pensar bien lo que haría con su bebé, y le preguntó si quería recibir la atención psicológica. La joven aceptó de inmediato.
Durante el proceso postparto, observaba a las otras mamás con sus bebés, sabiendo que en cualquier momento el suyo podría fallecer
Entre las constantes idas a controles en el hospital, cuenta que sufrió una serie de vulneraciones por parte de profesionales de la salud. Le decían cosas como: “¿Para qué te realizarás este examen? Si ya nada va a cambiar”. O el día en que tuvo a su hija y llevó su bolso de maternidad: “¿Y para qué trae bolso?”, preguntó alguien del equipo médico.
Ese mismo día –el de la cesárea- muchos creyeron que lloraba por el futuro de su hija, pero la verdad lo hacía por la insensibilidad del personal. Este tipo de comentarios la hacían cuestionarse si su hija merecía vivir: “¿Estaré haciendo lo correcto?”, reflexionaba.
Fue así como en contra de todo pronóstico y, ante la sorpresa de los médicos, Ruth dio a luz a Mayte Ignacia. Durante el proceso postparto, observaba a las otras mamás con sus bebés, sabiendo que en cualquier momento el suyo podría fallecer: “Sentí que de alguna forma le demostraba a mi hija que podía vivir”, mencionó.

Créditos: Luma Pimentel, Unsplash
Sin embargo, no fue una tarea fácil. La guagua pasaba en neonatología y la información que le daban a su madre era casi nula, sabía muy poco de ella. Por otro lado, las sesiones con la psicóloga cada vez eran más cortas; a veces ni siquiera la veía.
Recuerda que, seis días después de la cesárea, la llamaron a las dos de la mañana desde el hospital. Despertó a su hermana y partieron al centro médico. Algo le había pasado a su hija: “En ningún momento pensé que falleció, solo que se había agravado”, aclaró.
Cuando llegó le amarraron el pelo, le pusieron la bata y los guantes; entró a la habitación y se encontró a la matrona con su hija en brazos, se la pasó. Le dio un beso en la frente y estaba helada: “Mi hija estaba muerta”.
Ese día Ruth estaba de cumpleaños.
No lo podía creer, después de tanto tiempo con la psicóloga pensó que la prepararían para ese momento. Nadie le avisó nada y le pasaron a su bebé muerta. Entró un doctor a la sala y comenzó a hablarle, pero Ruth no podía oír nada: “No escuchaba lo que me decía, solo recuerdo que le daba besos a mi hija”.
Ya han pasado casi dos años desde la muerte de su hija, y aún hay exámenes que nunca le entregaron del recinto médico. Tras lo ocurrido, la psicóloga que la atendía se fue del programa sin siquiera darle el alta; llegó otra profesional, pero nunca volvieron a contactarla: “Se fueron cuando más los necesitaba”.
Duelo perinatal, una violencia de género que hay que controlar

Imagen de Sharon McCutcheon, Unsplash
Respecto al sufrimiento experimentado por la muerte perinatal, Pamela Labatut explicó que se trata de un tema tabú, ya que se niega la muerte de alguien que nadie conoce a excepción de la madre, quien sintió al bebé: “Entonces, no se logra empatizar y la persona queda aislada viviendo el duelo”.
Además, la profesional advierte que el desconsuelo genera incomodidad: “Tratamos de pasar rápido las emociones que nos incomodan, y en eso se dicen cosas como ‘ya sé que estás triste, pero puedes tener otro’, invalidando que está bien sentir dolor”.
Por otro lado, la matrona feminista Camila Hidalgo se refirió a la invisibilización del duelo, asegurando que no es un tema que se hable y que las matronas no tienen las herramientas necesarias para hacer frente a la situación: “Sin embargo, hay que tener un mínimo de manejo para no violentar a una mujer, respetarla y poder derivarla”.
Hidalgo fue enfática en la existencia de una jerarquía dentro de las instituciones de salud, donde el médico es el exponente máximo de la autoridad y la mujer atendida queda en último lugar. También, afirmo: “Es un sistema súper patriarcal y perverso en el que hay que rendir, producir, liberar camas, solucionar. No da chance de frenar”.
La matrona finaliza la reflexión recalcando la necesidad de una salud que priorice a las mujeres y a las personas con útero, haciendo hincapié tanto en los derechos sexuales y reproductivos, como en la violencia ginecobstétrica: “Se tiene esta idea generalizada de que las matronas son para las guaguas y los partos, pero no, es mucho más que eso. Estos maltratos son una violencia de género que hay que controlar”.
Imagen principal: Solen Feyissa, Unsplash.
Me encantó leer tu publicación Coté! Imposible lograr entender el dolor de esas mujeres al ver vulnerado un derecho tan básico como lo es la salud mental. La pérdida de un hijo jamás se superará, pero el estado (incluyendo la sociedad civil) tiene el deber de procurar acompañar a la mujer y su entorno en este momento de vulnerabilidad. Por otro lado, me parece inconsecuente que mujeres dedicadas al cuidado de otras mujeres realicen este nivel de agresiones pero confío en el futuro de una matronería mucho más cercana y empoderada!
Gran reportaje, ojala sirva para sensibilizar a todas las personas , esta ley sea un hecho y acabe con este tipo de violencia que afecta a las mujeres
Loreto Carvallo:
Me encantó el reportaje Cote, muy sensible, muy certero, muy necesario para abrir los ojos frente a una sociedad individualista, donde no hay ninguna empatía, no hay tiempo para acompañar a otros seres humanos que están sufriendo de dolor físico, dolor espiritual, el dolor de perder un hijo que es el dolor más grande para una madre, un padre, es bueno reflexionar con este tipo de artículos sobre qué nos mueve en la vida en relación a lo que hacemos, a lo que damos, a lo que entregamos con nuestras capacidades.
Muchas felicitaciones Cote, excelente artículo!