Esta semana se vieron en las redes muchas fotos con la frase “¿Quién hizo mi ropa?“, junto a prendas de retail y las etiquetas de donde fueron compradas. Es un esfuerzo de “Fashion Revolution“, un movimiento activista ciudadano por la moda sostenible, fundado en 2013 e inspirado por la tragedia de la industria textil conocida mundialmente como “Rana Plaza”, que desnudó ante el mundo la industria de la ropa de retail.
El desastre de Rana Plaza
El 24 de abril del 2013, un edificio de ocho pisos en Dhaka, la capital de Bangladesh, se derrumbó con miles de personas dentro. Como resultado, 1.138 de ellas murieron, y más de 2.500 resultaron heridas; algunas perdieron extremidades y movilidad. Varias veces antes, quienes trabajaban ahí advirtieron que la estructura podría colapsar y abandonaron el edificio, pero fueron forzados a volver y seguir trabajando.

Trabajadora de Rana Plaza. Créditos: Rotten Tomatoes
Eran trabajadores y mayormente trabajadoras de la industria textil, y la tragedia se conoció mundialmente como “Desastre de Rana Plaza”, que expuso al mundo las tremendamente precarias condiciones en que se produce la ropa barata -e incluso no tan barata- que se consume en los retails del mundo. Hay pocas cosas menos sostenibles en el planeta actualmente como el fast fashion.
La locura del fast fashion

Créditos: Rotten Tomatoes
Se conoce como fast fashion a la tendencia que sigue actualmente la industria textil, que se basa en el diseño, la producción, distribución, consumo y desecho sumamente acelerado de la ropa. En un principio, las temporadas eran dos: fría y cálida; luego eran cuatro y se correspondían con las estaciones del año. Actualmente, el mercado de la moda se organiza en 52 temporadas anuales, es decir una temporada semanal. ¿Qué puede ser más rápido que eso? ¿Temporadas diarias?
Los productos no han bajado tanto de precio, sino que alguien más está pagando el costo.
Este ritmo es absurdo. Significa que todas las semanas las tiendas de retail hacen un recambio completo de su stock, lo cual es sostenible debido a un consumo elevadísimo, y también implica que muchísimas de las prendas que no se vendieron sean desechadas.
Obvio que todo es culpa del capitalismo

Créditos: Fracois Le Nguyen Pou, Unsplash
La industria de la moda ha sido rediseñada recientemente para generar estas situaciones. Sucumbimos a la publicidad que nos muestra la felicidad indescriptible del consumo textil y nos convencemos de la obsolescencia programada. Sacamos sacos de ropa de nuestro clóset, para donar a quien podría cometer los fashion crimes a los cuales nosotras no estamos dispuestas.
Uno de los trucos del capitalismo es hacernos creer que el desarrollo es la posibilidad de adquirir mayor variedad de productos a bajo precio. Que podíamos gastar menos y tener más. Pero los productos no han bajado tanto de precio, sino que alguien más está pagando el costo.
Cuando compramos una polera barata (con un slogan feminista, ¡ja!) la diferencia la pagan las trabajadoras que ganan 30 dólares mensuales en Bangladesh y mueren aplastadas por la estructura deteriorada de su lugar de trabajo. Lo pagan los niños de las comunidades rurales en India que nacen con malformaciones, intoxicados por la contaminación de las aguas tinturadas. O las calles de Haití, inundadas de cerros de ropa donada, donde difícilmente se puede elegir una prenda a gusto.
Y el costo lo pagamos todos quienes habitamos el planeta, que se deteriora con cada Black Friday.
The True Cost, un documental para entenderlo todo

Poster del documental “The True Cost”. Créditos: Rotten Tomatoes
El 2015 se estrenó el documental The True Cost, que busca dar a conocer el impacto social, medioambiental y económico que tiene la industria del fast fashion en el mundo. Y principalmente en los países subdesarrollados donde se elabora la ropa disponible en los retailers del mundo.
¿Quién hace la ropa que venden Zara, H&M, Forever 21 y MNG? ¿Dónde se cultiva el algodón, lo hacen hilo y se fabrican las telas? ¿Y quién tiñe el cuero y cose los zapatos que vende Bata? Este documental le pone rostro y cifras a la realidad que la industria se esfuerza tanto por ocultar. No detallaré más, pero es imposible no convencerse de que toda esta cadena está regida por una injusticia, violencia y precariedad brutales.
Recomiendo The True Cost a toda costa. Sobre todo porque el abordaje de los múltiples aspectos que tocan la industria textil es impecable. Es insospechado cómo una simple compra puede impactar en el bienestar de toda una comunidad agrícola asiática, pero es real.
Nuestro mundo interconectado y complejo lo permite, y la realidad angustia pero tiene un aspecto positivo: cada vez es más fácil ser activista. Nuestras decisiones de compra, y la forma en que compramos y usamos nuestra ropa tienen un impacto enorme. Hablar con la gente y dar a conocer el sufrimiento de las personas y la degradación de los ecosistemas que hay detrás de la ropa de retail, puede tener un impacto enorme.
Comprar en el retail ya no es ético
La industria textil al desnudo nos obliga a cuestionarnos el impacto de nuestro consumo. Comprar en Zara significa decir “me gusta, estoy de acuerdo, quiero hacer crecer este negocio” y eso sencillamente ya no es ético. No con todo lo que ya sabemos. Tengo que ser enfática en el boicot de estas tiendas nefastas, porque además hay alternativas legítimas.

Créditos: Sarah Brown, Unsplash
Se puede gastar prácticamente lo mismo comprando menos ropa de mejor calidad, y producida bajo estándares sostenibles. También se puede cuidar la ropa para que dure más y se demore más en ser basura, porque inevitablemente lo será. Y se puede comprar consciente e inteligente, para armar un clóset de prendas combinables y no caer en el “no tengo qué ponerme”.
“La prenda más sustentable es la que tengo en mi clóset”, rezan las cuentas de moda sostenible. El mejor hábito que podemos adoptar es cuidar y honrar la ropa que tenemos. Ojalá nuestro clóset esté compuesto de prendas que se usan con periodicidad similar, que se lavan poco, que se guardan ordenadas y estiradas.
El fast fashion, un asunto feminista

“No quiero morir por la moda”. Créditos: Solidarity Center
Este es un asunto feminista. Se estima que aproximadamente un 80% de quienes trabajan en la industria textil son mujeres. Muchas de ellas van a trabajar con sus hijos que juegan o duermen en el suelo, bajo las máquinas de coser. La vulnerabilidad laboral del género femenino se recrudece en esta industria.
La causa que amo aboga por la justicia y seguridad para las mujeres en el mundo. No puedo llamarme feminista y apoyar una industria que se sostiene abusando de miles de mujeres, aunque estén lejos y sean tan distintas a mí. Si algo podemos hacer es convertirnos en consumidoras conscientes, inteligentes, eficientes. Cuidemos nuestra ropa, entendamos y organicemos nuestro clóset. Compremos usado, compremos de calidad y compremos menos. Después de saber y entender quién paga el precio, no existe otra alternativa.
Mis cuentas favoritas para no sucumbir ante el fast fashion
Porque a todas nos tienta el fast fashion, acá van algunas cuentas con excelente contenido de cifras, tips y datos para mantenernos firmes e informadas.
- @closetsustentable: La diseñadora chilena Alejandra Cuevas nos invita a escoger bien nuestras prendas, cuidarlas con amor. También da charlas y cursos sobre moda y sostenibilidad a los que siempre he querido ir.
- @rehab.cl: Con unos collages increíbles y gráficas pop amadas, esta cuenta nos concientiza sobre el negocio de la moda, retail y marcas con propósito.
- @fash_revchile: La página en Chile de Fashion Revolution. Gran guía de eventos y contenidos asociados a la Sustainable Fashion Week o Semana de la Moda Sostenible.
- @makesmthng: Es increíble y recomendada porque no solo nos entrega información valiosa para entender mejor el mundo del fast fashion, si no que da un montón de tips para hacer algo por nosotras mismas con hilo y aguja.
- @thesustainablefashionforum: Cuenta de la conferencia mundial que se celebra en la Semana de la Moda Sustentable. Me encanta por el contenido humorístico y los mantras del tipo “No lo necesitas” de los que nunca hay que olvidarse.
Créditos imagen principal: Artem Beliaikin en Pexels
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