El año 2020 fue, sin lugar a dudas, un desafío para todos los y las profesionales. En Chile, los profesores no nos vimos exentos de esto y es que con la pandemia nadie sabía qué había que hacer. El año se cerró haciendo malabares entre nuestra vida privada y el trabajo, comprando y gastando en dispositivos tecnológicos que fueron necesarios durante el proceso y asumiendo angustias propias y ajenas.
Recuerdo que el día 21 de diciembre se viralizó la fotografía de un profesor hospitalizado, quien había pasado sus últimas horas corrigiendo exámenes. Los medios de comunicación enmarcaron ésta como una historia conmovedora y ejemplar.

Fotografía tomada por Sandra A. Venegas.
La única certeza con la que nos permitieron cerrar el año, fue la presión desde el Ministerio de Educación de que se haría hasta lo imposible por volver a la presencialidad para el 2021.
En este país la docencia es una carrera romantizada cuya vocación es algo sagrada, en la cual el ejercicio invita más a la competencia que a la colaboración. El ambiente es ingrato, por lo que quienes trabajamos en esto debemos generar vínculos, buscar salud mental.
Para los profesores faltan pocos días para comenzar el año escolar. Ya hay colegas que se están vacunando incluso. Más que cualquier otro año, nos costó cerrar el anterior y ya se han viralizado opiniones como las del senador Moreira o el ministro Palacios, quienes dicen no entender cómo es posible que un profesor no desee volver a trabajar cuando el año pasado estuvo prácticamente de vacaciones.
Ministro de Economía, Lucas Palacios en @Tele13_Radio : “En el caso de los profesores, llama la atención que busquen por todas formas no trabajar, es un caso único en el mundo y yo diría que de estudio”.
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— T13 (@T13) February 16, 2021
Quisiera ser concreta y mencionar unas cifras escalofriantes de la Biblioteca del Congreso Nacional (BCN) sobre el teletrabajo docente en 2020:
- 87% de los profesores padeció agobio o tensión.
- 83% sufrió de alguna alteración del sueño.
- 72% experimentó dificultad para disfrutar sus actividades diarias.
- 67% sintió disminución de su felicidad.
- 62% experimentó falta de concentración.
Y no, ministro, el nuestro no es un caso único: según un estudio realizado en España, un 71% de los profesores de ese país manifestó de manera habitual ansiedad, irritabilidad, nerviosismo e inseguridad en 2020.

Créditos: Becy Harmony, Unsplash
Quizás lo que da rabia y duele es que los parlamentarios y ministros no son los primeros en decir palabras como éstas. Tampoco son opiniones exclusivas de la clase política de nuestro país. Recuerdo haberme topado con taxistas que me reclamaban a mí el estar pagando los colegios de sus hijos cuando “los profesores no estaban haciendo nada”.
A continuación, para ayudar a aclarar y en respuesta a estas opiniones, les dejo los testimonios de tres profesoras sobre cómo se sintió realmente cerrar el año lectivo 2020. Para cuidar sus puestos de trabajo, decidieron reservarse sus identidades.
“¿Lo habré hecho bien?”
Llega diciembre y la alegría por el fin de año, pero para un profesor es un mes diferente. Cada año nos hacemos la misma pregunta: ¿lo habré hecho bien?
Este año fue peor: se sumó la pandemia y el teletrabajo. Hicimos esfuerzos sobrehumanos para adaptarnos a una nueva realidad con menos estudiantes y una evidente falta de recursos. Nos sentimos más que nunca presionados, ya que si no había entrega de evidencias era por nuestra poca capacidad de presión o de incentivo, no por el poco compromiso de nuestros alumnos y sus familias.

Créditos: Julia M Cameron
A pesar de todo salimos con la pega al día. Así y todo la angustia del fantasma de diciembre pesa. Días completos en la disyuntiva de si seguiríamos trabajando o si por “necesidades del colegio” nuestro cargo estaría disponible, o tan simplemente ya no eres necesario porque tu asignatura no es troncal. Dolores de estómago, insomnio, nerviosismo. Que difícil es ver a un profesor, a tus colegas despedirse de todos, o simplemente salirse de los grupos de Whatsapp.
Diciembre es nuestro peor mes, lleno de angustia y temores por el fantasma de la cesantía.
“Un año más de dejar de lado la vida personal”
Otro año de sumar experiencias y aprendizajes para ser una mejor docente, perfeccionar día a día lo que me apasiona, entregar un 200% a mis estudiantes y al colegio. Un año más de dejar de lado la vida personal y las horas de sueño. Y es que después de todo hay que cuidar la pega, tan incierta y esquiva para un profesor.

Créditos: Ketut Subiyanto, Pexels
Es así como transcurre cada año lectivo en el cual se repite aquella desagradable sensación de incertidumbre que nos apremia a todos cada última semana de diciembre la cual depende de todo y de nada: del superior de turno, del comentario desafortunado, de alguna expresión de cansancio o desacuerdo, de la honestidad que sólo a veces es valorada.
¿Y en un año online? ¿Contarían o no todas esas veces en que simplemente nos atrasamos porque nadie sabía qué había que hacer? ¿Pondrían en tela de juicio mi capacidad de adaptarme a una pandemia mundial?
Comienza el proceso de empezar a recordar lo que dije o no dije, lo que hice o dejé de hacer, con quién o no hablé. De lo profesional no se habla, sólo cuenta quién eres o más bien si eres aquel profesor quién los demás quieren que seas. Lo peor es que luego del luto, la negación, el pataleo y la aceptación, te mentalizas para un nuevo proceso exactamente igual al anterior y sigues girando otros diez meses.
“A nadie le interesaba mi asignatura”
Pensar cada año en cómo será el cierre siempre es muy complejo. Las experiencias en mis 29 años de vida laboral me han enseñado de todo incluso que lo que hoy es, a partir de un 28 de diciembre puede ya no serlo.
En un colegio fui bien evaluada durante todo el año y un día de diciembre la directora casi llorando me dijo que ya no iban a necesitar más mi trabajo como profesora de computación. Preferían un técnico. Era la primera vez que me despedían.

Créditos: Andrea Piacquadio, Pexels
No me ha vuelto a pasar, pero siempre me genera una cierta angustia llegar a la fecha clave de despidos de profesores. Siento que, aunque mi trabajo sea valioso y reciba continuas felicitaciones públicas, cualquier razón podría ser la causa de un despido. Incluso lo político, porque soy reconocida con ideas de “izquierda”.
El año pasado fue peor. Sentía que me faltaban conocimientos, que no sabía usar las herramientas. A nadie le interesaba mi asignatura. Me sentía expuesta todo el tiempo.
Me agota saber que cada año se repite el ciclo y se disuelven los equipos de trabajos y se dispersan las amistades. Los despidos son cubiertos con indemnizaciones que intentan disfrazar una situación donde otro decidió que ya no somos útiles.
Foto principal: Freepik
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