Me encanta hablar de caca. Las historias con cadenas malas o sin baños cerca son de mis favoritas, sobre todo por el ingenio que implica salir de esas situaciones. Se podría decir que la caca nos une un poco como sociedad. Esto porque, además de que nos gusta ir al baño con ganas, todes hemos estado tan urgides que hemos tenido que hacer cualquier cosa por cagar: pedirle baño al conserje del primer edificio que encontraste o al personal del supermercado, o incluso algunas personas han tenido que hacer en la vía pública.
Como dije, me encanta hablar de caca, pero aun más con mis amigas, porque con quién más voy a poder reflexionar acerca de esa incomprensible relación que hay entre la regla y la diarrea, o del temor de cagarte cuando te la van a meter por atrás.
En ese sentido, el pipí une especialmente a las mujeres. Porque qué rabia nos da la capacidad masculina de poder mear piola en cualquier lado, mientras nosotras con suerte podemos hacerlo de noche, en la cuneta, detrás de un auto, intentando no mojarte los pies ni el pantalón y con tu amiga mirando si es que viene alguien.
A quién más que tus amigas le vas a poder confiar la cistitis que te dio después de tener sexo. Sentir todo el tiempo que necesitas hacer pipí y un poco de ardor cuando logras orinar. Terrible. Así que todo eso, amigues con pene, también es parte de lo que llamamos “privilegio masculino”.
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Escucha este editorial en el capítulo de Copadas “Las mujeres también se tiran peos”, en el que conversamos sin tapujos de cuando nos hemos aguantado el pipí hasta no poder más y de sexo anal y, por supuesto, historias de caca.
Imagen principal: Freepik
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