¿Alguna vez has pensado cómo se configuran las ciudades actuales? ¿Cuáles son las necesidades de las mujeres y niñas en el espacio urbano, y porqué es importante considerar la perspectiva de género en el urbanismo?
Las ciudades que habitamos son el reflejo de las sociedades y culturas, por lo que son permeables a sus estructuras, doctrinas y cánones. Asimismo, las lógicas de funcionamiento de las ciudades responden a los modelos modernistas de planificación urbana, que se han sustentado en el mercado y en una serie de normas que establece la sociedad capitalista, androcentrista y patriarcal.
Se ha instalado una noción de propiedad privada, relegando la importancia de los espacios comunes y separando los usos dentro de las ciudades. Planificar y pensar la ciudad bajo el criterio del modelo neoliberal conlleva la reproducción cotidiana de cánones que han surgido en esta esfera. Por ejemplo, la superioridad del hombre por sobre la mujer, y la normalización del androcentrismo en los procesos de urbanización y vida cotidiana.
Ciudad para hombres
Existen varios motivos para respaldar que la ciudad se ha construido para los hombres, y probablemente muchas lo hemos experimentado.
Sin duda, ciertos lugares nos provocan inseguridad a las mujeres, debido a factores como:
- La falta de luminarias en las calles.
- Veredas angostas que no te permiten mantener distancia del sujeto que está a tu lado.
- Callejones oscuros o espacios masculinizados.
Hay varios lugares en la ciudad que se han vuelto hostiles para las mujeres y que han permitido que se perpetúe la violencia hacia la mujer.

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Otro factor que afecta en las necesidades espaciales de las mujeres, está ligado a la integración en el mercado laboral y al nivel de renta. Las mujeres se concentran en empleos tradicionalmente “feminizados”, que históricamente se sustentan en base a los roles domésticos y/o reproductivos.
Al contrario, los hombres pueden acceder a diversas oportunidades y puestos de trabajo, lo que incrementa su nivel de renta. Esto es fundamental al momento de analizar la accesibilidad a la vivienda de las mujeres, más aun cuando su trabajo es el sustento principal de una familia.
Por otro lado, como mujer: ¿te sientes segura utilizando el transporte público en la ciudad? Probablemente tu respuesta sea no. Esto se debe a distintos motivos: la poca claridad e información de qué hacer en caso de sufrir alguna agresión/acoso en el transporte público. Además, en las horas peak de movilización el transporte no es posible mantener tu espacio físico seguro, y muchas veces lo transgreden a propósito.
El urbanismo bajo una visión desde el género busca transformar el espacio que se ha edificado por y para hombres, a uno que satisfaga las necesidades y aspiraciones de las mujeres, teniendo en cuenta que estas no se experimentan de forma idéntica por todas las mujeres.
Pensar la ciudad feminista
La concepción de una nueva vida cotidiana en la que se planifique una ciudad feminista (con perspectiva de género), implica una responsabilidad de todas las personas que la habitan, otorgándole valor a los diversos trabajos que se realizan en ella, esencialmente al trabajo reproductivo.

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Por ejemplo, una forma de responder a las necesidades de las mujeres en la ciudad desde lo urbanístico, sería erradicar la práctica funcionalista de la planificación urbana. La organización sectorial crea espacios separados en los que se realiza el trabajo remunerado y el de cuidado, ya que esto suele generar doble carga de trabajo para las mujeres que se movilizan en la ciudad. También, equipar los espacios de luminarias y reconstruir otros para generar más seguridad vial, sobre todo de noche.
En este sentido, se busca asegurar un trayecto seguro por la ciudad, frente a agresiones, acoso, violaciones, etcétera.
Las experiencias de las mujeres no deben ser generalizadas. Ellas habitan las ciudades de distintas maneras, bajo distintas opresiones y límites que se van sumando ante las dificultades de habitar la urbe.
Ollas comunes: hacer público lo privado
La lucha que las mujeres deben realizar para empoderarse de los espacios urbanos se manifiesta de diversas formas. Por ejemplo, en el contexto actual de pandemia en Chile y como consecuencia de la crisis de hambre que se desencadenó a mediados del 2020, se consolidaron distintas organizaciones comunitarias populares que proveían y proveen de alimentos e insumos indispensables a las personas que más lo necesitan.
Las ollas comunes gestionadas por mujeres, trasladan un espacio privado como es la cocina, al espacio público y comunitario de los barrios. Cumplen el mismo fin, pero con un carácter colectivo, fuera de la casa.
El trabajo doméstico también traspasa las cuatro paredes del hogar y se ubica en las calles. Así, se visibiliza además la labor que las mujeres realizan día a día tras cuatro paredes. En tanto, se destaca la gran relevancia de la esfera reproductiva en la cotidianidad de las personas.
Las mujeres se están apropiando de espacios que han sido construidos bajo las limitaciones del androcentrismo. Esto ha hecho de las calles un lugar hostil para ellas y que ha levantado espacios que deben disputar para alcanzar sus objetivos.
Además, a través del ejemplo anterior de las ollas comunes, las mujeres derriban la lógica mercantil que el Gobierno chileno quiere sostener beneficiando al empresariado. Esto lo hace mediante la búsqueda de cooperación popular mano a mano con la gente de los barrios, esencialmente pobladoras y pobladores. De este modo, se transforman los espacios de la ciudad que se han desarrollado bajo el capitalismo, en espacios comunitarios y feministas.
Paternalismo y adultocentrismo en la ciudad
El derecho a la ciudad para las niñas tiene una serie de restricciones adicionales que se enmarcan en la estructura y concepción tanto adultocentrista como paternalista de las sociedades.
Las niñas habitan ciudades que han sido pensadas por y para los adultos, donde se limita su papel como protagonistas y ciudadanas, bajo los cánones de una sociedad jerarquizada por la edad.

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Una de las muchas consecuencias de la separación de la sociedad de los adultos, es el desplazamiento de la participación que tienen las niñas en las ciudades. La estructura adultocéntrica sitúa, en este caso a la niña, en una zona en la cual no es concebida como ser humano y sujeto social capaz de enfrentar su realidad de manera “adecuada”. No se encuentra en edad de solucionar sus problemas sin la ayuda de un adulto.
Además, el protagonismo y la autonomía que puede desarrollar una niña en torno a la actuación y transformación de su realidad, están condicionados por su educación y socialización. Esto a su vez está regido por valores estereotipados respecto a los roles de género y a lo que implica ser mujer en una sociedad androcéntrica.
Ser niña es distinto a ser niño
Todo lo que ocurre con las niñas ante las opresiones que las sociedades han normalizado para la infancia, también ocurre con los niños. Sin embargo, por los roles que desde pequeñas se les asignan a las mujeres, ellas están en desventaja al comparar las oportunidades que los niños adquieren desde pequeños sólo por el hecho de ser hombres.
En el modelo de educación tradicional actual, las niñas se ven oprimidas por la enseñanza de valores estereotipados impuestos, por modelos sexistas que condicionan su desarrollo.

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Por ejemplo, existen ciertas prácticas educativas en las que se segrega a las niñas al momento de participar en talleres distintivos por género o se les juzgue de pequeñas por su apariencia personal. Los cánones de belleza que imperan sostienen que las niñas deben ser aseadas y ordenadas. Por ende, las niñas viven aún más limitaciones en el espacio, debido al juicio patriarcal.
Para cumplir el objetivo de consolidar ciudades más inclusivas, se deben superar las barreras que han sido sostenidas por constructos sociales durante décadas. En tanto, se debe erradicar las configuraciones paternalistas modernas que sitúan a las niñas en una burbuja de protección y asistencia. Esta genera una disminución y menosprecio de sus potencialidades y capacidades.
El desafío de quienes están al cuidado de niñes sería consolidar y equilibrar una dinámica de protección, atención, afecto y libertades para les niñes sin despreciar sus capacidades y proyectos. En tanto, respetar sus procesos.
La vía hacia la integración de las niñas en nuestras sociedades, debe contar con la garantía de que se les proporcione autonomía, representatividad y participación directa en el plano urbano y social. Despojar del sistema cotidiano la noción de superioridad que el hombre adulto posee en el núcleo familiar también son parte de una ciudad feminista.
Foto principal: Luke Southern, Unsplash
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