Son las siete de la tarde, tomo mi notebook, mi botella de agua y me dirijo al patio a hacer ejercicio. Llevo cinco minutos haciendo una rutina del calendario que estoy siguiendo y aparece mi mamá. Me ignora, pero se queda observando. Me siento incómoda y se nota; su mirada me desconcentra. Me habla, me enojo y se lo hago saber. Ella termina molesta debido a mi reacción. ¿Por qué tengo que sentirme mal por estar enojada?
Hace dos meses que voy a terapia virtual. Estoy aprendiendo a colocar límites y como resultado siento que vivo enojándome. La rabia se ha vuelto una de mis compañeras fieles, pero no somos amigas, nos estamos conociendo y aprendiendo a convivir. Mi relación con ella es conflictiva y siempre me enseñaron a reprimirla.
Desde pequeña, cada vez que algo me molestaba me criticaban; me tildaban de exagerada, pesada, mal genio y se burlaban; me decían que cambiara la cara o me cuestionaban, haciéndome sentir insignificante. Para ellos y ellas, yo malgastaba mi tiempo con esa emoción. Así entendí que debía quedarme callada, porque no comprendían mi enfado.
Asimismo, en algunas peleas que ocurrieron en el ámbito escolar, llegaron incluso a tratarme de histérica por demostrar mi enojo. ¿Cómo se me ocurría levantar un poco la voz y reclamar lo que era injusto? Una mujer no debe hacer eso, ¿verdad?
“Por un lado, un hombre mostrando sus molestias es alabado y, por otro, una mujer haciendo lo mismo es castigada. Históricamente nos han negado este sentir”.
Por otro lado, con la ira comprendí el poder de las palabras y que, con este sentimiento a flor de piel, podíamos herir al otro (a veces, gratuitamente). Me dañaron y yo también lo hice, pero no quería que eso sucediera y de nuevo decidí callar ante mi enojo, pensar muy bien lo que quería decir y evitar malentendidos. Si mis dichos podían causar tanto, debían ser usados sabiamente. Reprimir se volvió un hábito.
Después de tanto análisis, me recomendaron ver la charla TED de Soraya Chemaly, titulada “The power of anger” (el poder de la rabia). En ella, la autora plantea diversos escenarios donde demuestra que esta emoción también tiene género. Por un lado, un hombre mostrando sus molestias es alabado y, por otro, una mujer haciendo lo mismo es castigada. Históricamente nos han negado este sentir y eso nos ha llevado a tener un sinfín de malestares físicos y psicológicos.
A partir de esto, comprendí que la rabia se suma a esa lista de sentimientos, características, acciones y un largo etcétera, que se nos han negado solo por ser mujeres. Y de hecho, junto a nosotras existen otros grupos que también sufren este tipo de discriminación. Un claro ejemplo son los niños y niñas.
¿Cuántas veces hemos llorado cuando sentimos ira? ¿Cuántas de nosotras nos hemos enfermado o nos ha dolido la cabeza cuando nos enojamos? No, no somos débiles por llorar cuando algo nos molesta. No, no lloramos porque queremos tu lástima. Lloramos porque no se nos ha permitido expresar estas emociones y las lágrimas han sido la única vía de desahogo.
No sé ustedes, pero estoy harta. Estoy enojada de que no se me permita enojarme. Estoy cansada de que cada vez que demuestro que algo me enfada, las otras personas se enfaden conmigo. ¡Siento rabia y tengo todo el derecho a sentirla!
Todas deberíamos poder expresar este sentimiento. Porque tal como dijo Soraya Chemaly: “El problema es que las sociedades que no respetan la ira de las mujeres, no respetan a las mujeres”. Y creo que eso es algo que tiene que cambiar.
***
Este texto forma parte de la convocatoria para colaborar en Copadas.cl. Para participar, puedes enviar tus reseñas, experiencias y columnas de opinión con enfoque de género a este formulario.
Imagen principal: engin akyurt en Unsplash
1 comentario