Siempre me sentí fuera de lugar en esta sociedad que, a mis ojos, pareciera estar un poco obsesionada por el sexo. Si bien es cierto que sí tengo líbido, que sí he tenido sexo y que incluso lo he disfrutado, nunca ha sido algo a lo que he prestado demasiada atención. No me molesta pasar meses sin tirar. Cuando veo a alguien, no siento atracción sexual.
Siempre pensé que el problema era yo, y esta idea se fue reforzando poco a poco por distintos motivos. Las causas más inmediatas y que más daño me hicieron, fueron mis últimas dos relaciones serias. Especialmente la más reciente, un pololeo horrible del que salí hace poco, en el que mi pareja siempre cuestionó mi falta de ganas de tener relaciones, pero nunca se cuestionó sus actitudes hacia el tema.
Me echaba la culpa, me obligaba a tener sexo y, cuando eyaculaba, se sentía culpable y era yo quien tenía que consolarlo. Llegó un momento en el que me daba miedo cambiarme de ropa frente a él. Por él, cambié un montón de veces mis pastillas anticonceptivas, pensando que era un problema hormonal. También por él, comencé a ir a la psicóloga, pensando que podría ser un problema mental. Toda la responsabilidad recaía en mí.
Otra de las razones que me hacían pensar que yo era la rara, es que este mundo está hipersexualizado, incluso las causas a las que adhiero. Dentro de la misma comunidad LGBTIQ+ pareciera que el sexo es algo fundamental.
Algunos movimientos feministas hacen mucho énfasis en el llamado “empoderamiento”, mediante la liberación sexual de la mujer (lo cual es absolutamente válido y necesario, por cierto). Así, gran parte del contenido feminista y queer que llega a mis manos está relacionado con el sexo. Y, nuevamente, no tengo dónde encajar.
“En mi ignorancia, pensaba que las personas asexuales odiaban el sexo, que no podían calentarse, que no se masturbaban, que jamás de los jamases tenían relaciones sexuales con nadie, porque no lo disfrutaban”
Me demoré muchos años en darme cuenta de que era asexual, porque es una orientación totalmente invisibilizada (¡ni siquiera hay una A en LGBTQ+!). En mi ignorancia, pensaba que las personas asexuales odiaban el sexo, que no podían calentarse, que no se masturbaban, que jamás de los jamases tenían relaciones sexuales con nadie, porque no lo disfrutaban.
Y es que así se representa en los medios las pocas veces que aparece el tema, como Todd de Bojack Horseman, por ejemplo. Yo sí me caliento, sí me masturbo (aunque muy poco), sí he tenido relaciones sexuales y sí las he disfrutado… entonces, creí que no podía ser asexual.
Hace unas semanas me desvelé, envuelta en ese rollo mental de revivir mil veces los momentos más tóxicos de mi última relación. Volvieron a mi cabeza todas esas veces en que me sentí obligada a tirar, y a raíz de esto me puse a investigar sobre asexualidad. Leí toda la noche, dormí un par de horas, y seguí leyendo al otro día.
“Yo sí me caliento, sí me masturbo (aunque muy poco), sí he tenido relaciones sexuales y sí las he disfrutado… entonces, creí que no podía ser asexual”
¡Al fin entendía todo! Aprendí que el término asexual alude a aquellas personas que no sienten atracción sexual. Conocí el modelo de atracciones divididas (o SAM, por sus siglas en inglés), que plantea que hay distintos tipos de atracciones: estéticas, platónicas, sensuales, románticas y sexuales. Aprendí que líbido no es lo mismo que atracción sexual, que (algunas) personas asexuales se masturban, tienen sexo y lo disfrutan, pero que simplemente no se sienten atraídas sexualmente a un alguien. Aprendí que atracción no es lo mismo que acción.
Ese día, lloré toda la tarde. Fue una mezcla de alivio y miedo. Alivio, porque finalmente encajaba en un lugar. Y miedo, porque quizás ahora nadie iba a querer estar conmigo, y, sobre todo, porque sentía que, al asumir esta identidad, le estaba dando la razón a mis exes: que efectivamente la culpa era mía. Afortunadamente, tengo amigues maravilloses que me hicieron ver la realidad: nada justifica la violencia sexual a la que fui sometida.
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