Me encanta el sexo. Me encanta culiar y todo lo que tenga que ver con sacarse la ropita. Podría estar haciéndolo todo el día y en cualquier parte: en la cocina, arriba de la mesa, en la logia, el baño de la u, el probador del mall, la piscinita y hasta en el patio. Si me dices upa yo le meto chalupa.
No siempre he sido así. De hecho, siento que desde que conocí el feminismo ando más caliente que nunca y con esas insaciables ganas de querer sacar a la chica reprimida y temerosa que habitó en mí por tantos años.
Tampoco me gusta hablar de sexo, me da vergüenza. Siento que cuando la gente habla de qué les calienta o qué les gusta hacer en la camita, mis expectativas siempre superan los límites. Y si bien con el tiempo fui agarrando confianza y comencé a contar tanto mis fetichismos como fantasías sexuales me di cuenta que las personas no están acostumbradas ni a jugar ni a explorar con su sexualidad.
Toda esta historia empezó cuando descubrí el clítoris y me di cuenta que podía tener múltiples orgasmos por varios minutos; fue ahí cuando dije: “Hueona, sky’s the limit”.
Comencé a preguntarme hasta dónde más podría llegar y qué pasaba con todas las otras partes de mi cuerpo. Qué pasa si me tocan la rodilla o me muerden el muslo. O si jugamos a un juego de roles o me pongo lencería. Qué pasa si nos saltamos los genitales y las zonas erógenas más comunes. Qué pasa si rompemos la sexualidad heteronormativa.
La verdad es que me tomó tiempo darme cuenta de que no debo sentir culpa por tener fetichismos por algunas partes específicas del cuerpo o por ciertos juguetes. Me tomó varias conversaciones conmigo misma entender que estas prácticas son perfectamente normales. El sexo no está únicamente en los genitales; tenemos todo un cuerpo para disfrutar de él, y si no te has dado cuenta de eso, eres muy re gil.
Ahora todo es distinto porque estamos encerrades, pero con mucho orgullo puedo decir que en estos últimos meses he logrado desarrollar en mi mente la mejor industria porno feminista jamás vista. Dijeron que había que aprovechar el tiempo, ser creativos, y eso he estado siendo.
Son incontables las veces que he hecho el amorcito consentido con Aaron Piper o que Ruby Rose se ha aparecido por mi pieza a hacerme cariñito en el pelo.
Las últimas semanas con todas las malas noticias y la rabia acumulada hacia este gobierno inoperante, lo único que deseo es llegar a mi camita, cerrar los ojos y ponerme a fantasear con el niño que intercambié miradas en el supermercado, las muchas niñas que me están explotando el cel o simplemente fantasear conmigo misma porque pucha que estoy linda.
La verdad es que no sé de dónde viene tantas fantasías y fetichismos sexuales. A lo mejor, de haber escuchado tanto Bellakita, quizás de estar intentando identificar un hecho de mi infancia; tal vez porque estoy aburrida o a lo mejor porque simplemente el placer y la experimentación sexual es un derecho de todo ser humano.
En esta historia existen distintos episodios, ya que no siempre ando con ganas de pegarme el show y ponerme el babydoll. Hay veces en que sólo quiero enredarme en los pies de alguien y que me den besitos.
Hay que entender que la sexualidad, al igual que todo en esta vida, fluye. Pero no porque en un momento quise jugar con juguetes sexuales significa que lo voy a querer siempre. O si te dejé hacerme y decirme ciertas cosas, no significa que lo podrás volver a hacer.
Esto es un juego donde las reglas pueden cambiar. La idea es divertirse y explorar, confiar en un otro y comunicar siempre las cosas; liberarse y entender que la sexualidad es de una y nadie la puede venir a reprimir.
Foto principal: Dainis Graveris en Unsplash
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