Llegó el domingo. Fui al baño y lavé mi cara. Calenté la cera con el secador de pelo y me dispuse a depilarme el rostro. Al mirarme al espejo, observé el bigote del que planeaba deshacerme y la ceja que dejé crecer para que se pareciera a su hermana. Me detuve y me pregunté: ¿Por qué no he dejado de hacerlo durante la pandemia? ¿Me gusta depilarme? ¿O no me gusto con pelos?
Los pelos siempre han sido un tema. Me considero una persona peluda. En la básica, fui una de las últimas de mi curso en comenzar a depilarse las piernas, porque según mi mamá no se me notaban los pelos y era muy chica para esas cosas. Durante un tiempo no me importó, hasta que mis amigas llegaron libres de vellos y me hicieron sentir mal porque yo no estaba como ellas. Ya no pertenecía a su grupo. No era lo suficientemente femenina.
A lo largo de mi vida, esa siempre ha sido la forma en la que me enteré de las cosas que -según los estereotipos- “debía hacer una mujer”. Comentarios de compañeros y compañeras, como que las cejas pobladas son feas. ¿Viste que la “no sé cuanto” tiene bigote? ¿Le viste las piernas? Era terrible. Mucho peor si quienes decían ser mis amigues, hacían los mismos comentarios sobre mi apariencia.
No obstante, lo que desconocían es que yo no sabía cómo seguir esas reglas ocultas. Mi mamá jamás me presionó a depilarme, maquillarme, vestirme o ser de una manera en específico. ¡A ella le cargan esas cosas! Hoy se lo agradezco y no la juzgo, pero la culpé durante mucho tiempo por no enseñarme lo necesario para formar parte de ese mundo en el que tanto quería estar.
Asimismo, en una desesperación por querer encajar y evitar comentarios desagradables, comencé a preguntar a mis amigas y compañeras. La mayoría solo me respondía que la mamá les ayudaba, que era fácil, pero no sabían cómo explicarme, que lo podía googlear. Sentía que querían dejarme fuera a propósito. Yo no merecía ser bonita.
Y me rendí. Desistí a formar parte de ese mundo y sentirme bella. Total, quien me quisiera, lo tendría que hacer por mi inteligencia, por mi noble corazón, y vería más allá de mis cejas pobladas o mis vellos. Al menos de eso me intenté convencer.
¡Todas tenemos pelos! ¡Si me da la gana me los saco! Filo. Nada de esto te incumbe. No hagan sentirse mal a nadie por estos detalles, porque no son importantes.
Pasaron los años y por cosas de la vida cambié mi círculo de amistades. Mi actual mejor amiga me orientó en todos esos temas, que la mayoría aún califica como exclusivos del sexo femenino. Fui parte de ello y me di cuenta que no era la única que se sentía así. No, no necesitaba encajar para sentirme hermosa.
Del mismo modo, con el feminismo comprendí que la reacción de mis ex compañeras era normal para alguien a quien le enseñaron que éramos competencia, que tenían que verse mejor que las demás y que, ayudarme, podría significar una desventaja. Ojalá haber comprendido todo esto antes.
Y bueno, ¡todas tenemos pelos! ¡Si me da la gana me los saco! Filo. Nada de esto te incumbe. No hagan sentirse mal a nadie por estos detalles, porque no son importantes. Sin embargo, si les preguntan, cooperen. Podrán ahorrarle una ceja cortada o una quemadura con cera a varias personas, porque pucha que duele.
Hoy soy consciente de que no necesito depilarme el bigote y las cejas cada domingo para sentirme bella. Pero aun así lo hago, porque me gusta. Lo mismo, cuando practico ese delineado que aún no me sale o juego con las únicas sombras que tengo pero no sé usar. Lo hago porque quiero y porque puedo. Además, si alguien quiere aprender, le ayudo. Total ¿quién soy yo para negar ese apañe?
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