Últimamente se ha vuelto muy común ese discurso de que sacarse nudes es servirle al patriarcado, que hacer twerk es una actividad patriarcal porque le gusta a los hombres. Lo mismo critican sobre tener sexo heterosexual. Se dice que realmente no consentimos, que solo lo hacemos por validación masculina y porque el sistema “nos enajenó para que quisiéramos hacerlo”.
¿Desde cuándo cresta el feminismo se trata de cuestionar lo que hace la otra y tratarla como si fuera estúpida e incapaz de razonar por estar alienada por el sistema patriarcal? ¿Por qué cualquier atisbo de rompimiento de cadenas en lo sexual nos haría menos feministas? ¿Bajo qué parámetros la autodeterminación de nuestros cuerpos en función de nuestro propio deseo es cosificarnos y volvernos objetos?
¿Acaso no podemos posicionarnos como sujetos sexuales, que consienten porque desean? ¿Tenemos que existir en el recato para que no se nos tilde de siervas del patriarcado?
Este discurso canuto contra la sexualidad femenina ya es conocido, pero sorprende que venga de la mano del “feminismo”. Ya pasó en los ’70 cuando querían prohibir la pornografía y se aliaron con la ultraderecha de Estados Unidos (pornografía, todo un tema aparte). Pero verlo en el 2020 preocupa.
No es momento de volver al paradigma de actuar por y para los hombres y limitarnos a hacer cosas solo porque podría generar reacciones en ellos es retroceder. Dijeron que si a ellos les provoca una erección entonces no es feminista, pero nosotras no tenemos por qué responsabilizarnos de las reacciones corporales ajenas. No tenemos por qué reprimirnos ni tampoco escondernos.
No retrocedamos, por favor, ni le cedamos ni un centímetro a la yuta de los cuerpos ajenos. Cuestionar a otras mujeres por quitarse la ropa, bailar o tirar con hombres es machista y opresor, porque puedo ser feminista, perrear hasta el suelo, sacarme toda la ropa y aun así soy digna de respeto.
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